Imaginen la escena. Real como la vida misma. Una vecina de Gibraleón, viuda desde hace tiempo, regresa a su casa ya entrada la madrugada tras haber disfrutado de una noche de feria y, nada más abrir la puerta, escucha los ronquidos de un hombre. Y proceden de su dormitorio. La situación no tendría nada de extraña de no ser porque la mujer vive sola.
Sin saber lo que se iba a encontrar, asustada, la mujer enfila sus pasos hacia dicha habitación y no da crédito a lo que ve: un desconocido se encuentra acostado, profundamente dormido en su cama. Con la ropa en la mesilla de noche y perfectamente tapado con las sábanas. Es decir, como si el desconocido estuviese realmente en su propia casa.
Muy nerviosa, la mujer llama a la Policía Local, cuyos agentes no tardan en presentarse en el domicilio y, tras preguntar a la vecina si no se tratará dicho hombre de algún familiar, ella asegura que no le conoce absolutamente de nada.
Acto seguido, los policías se emplean a fondo en despertar al individuo que, por lo visto, no tenía demasiadas ganas de abandonar el sueño.
Una vez que el dormido se despierta a duras penas, y a la pregunta de la Policía Local, asegura que él está “en su casa”, a lo que la señora le contesta rápidamente que es la suya.
En medio de un ambiente surrealista, el sujeto explica que es natural de Lepe pero que reside en Cartaya, aunque no ofrece muchos datos sobre cómo accedió a dicha vivienda ni los motivos por los que lo hizo.
Tanto los agentes como la dueña de la casa, visiblemente contrariada por cierto, le exigen al hombre que desaparezca de su vista. No obstante, éste, indiferente ante el revuelo provocado, pregunta por la cocina y por la posibilidad de tomarse un café antes de marcharse.
